Aquí las notas de mi comentario de radio en IMER en el programa que conduce Mario Campos. Las opiniones y errores son atribuibles exclusivamente a mi persona. El comentario se transmitió en vivo el martes 8 de marzo a las 7:40 AM.
La semana anterior se publicaron los resultados definitivos del Censo de Población y Vivienda del 2010. La base de datos contiene una gran cantidad de información que nos permite identificar la manera en que ha evolucionado el perfil demográfico, social y económico de quienes habitamos el país. Por ejemplo, el censo reporta que, al año pasado, éramos más de 112 millones de personas y que la tasa de crecimiento poblacional sigue disminuyendo. Estos datos fueron los que más resaltaron los medios de comunicación, pero el día de hoy, con base en la información del INEGI, quiero compartir una reflexión sobre el desarrollo regional del país y su relación con la política comercial.
Los resultados del Censo confirman un aumento en la brecha, un aumento en la diferencia en la calidad de vida entre el norte de México y el sur del país. Desafortunadamente, en estados como Guerrero, Oaxaca, Chiapas y Puebla, las condiciones de vida son menos favorables para sus habitantes. Esto lo vemos en indicadores en salud, educación, vivienda, por mencionar unos cuantos.
¿Qué tiene que ver la política comercial con esto?
Para responder, conviene dividir la economía regional del país en dos etapas. Por un lado, durante la mayor parte del siglo pasado, una creciente y excesiva centralización de la actividad económica en el área metropolitana del Distrito Federal; por el otro lado, a partir de mediados de los ochenta, un crecimiento relativamente mayor de la zona norte del país.
Hablemos de la primera etapa.
Por varias décadas (durante la posguerra y hasta mediados de los ochenta), nuestro país mantuvo una política de sustitución de importaciones. En los hechos, México cerró su frontera al comercio internacional. Esta política se mantuvo principalmente por cuestiones filosóficas aunado al descubrimiento y existencia de enormes reservas petroleras que, según se decía, fomentarían el crecimiento de la economía nacional. Gracias al petróleo, no era necesario comerciar con el exterior.
Durante ese tiempo, la política comercial no permitía a los agentes económicos intercambiar bienes con el extranjero y únicamente podían hacerlo en el país. Esto contribuyó a que la actividad económica se concentrara en la Ciudad de México. Esto es más claro si lo vemos desde la perspectiva de un inversionista. Si para el productor mexicano únicamente podía comerciar en su país, lo más sensato era ubicar sus operaciones en el centro económico más importante y de ahí surtir al resto del país. Con todo y sus problemas, el Distrito Federal tenía el mayor número de clientes potenciales, así como de proveedores. La política comercial promovió la concentración.
Pero esta lógica de distribución de la actividad económica se transformó con la apertura. El país dejó a un lado el modelo de sustitución de importaciones y, con ello, inició uno de los procesos de descentralización de la actividad económica más importante, no solo del país, sino de la región.
La apertura ahora permitía a los agentes económicos mexicanos intercambiar bienes y servicios con el extranjero. Naturalmente, otros mercados internacionales, particularmente Estados Unidos, se tornaron muy interesantes y para algunos se convirtieron en su principal mercado. Bajo esta lógica, para el inversionista ahora tiene más sentido ubicar o reubicar sus operaciones productivas más cerca de estos nuevos mercados.
Sin duda la Ciudad de México sigue siendo un centro de negocio muy importante, pero –a diferencia de la época de sustitución de importaciones- ya no es el único y probablemente no sea el más relevante (depende del sector). Con la apertura, nuestro vecino del norte ejerció una fuerza de atracción importante y acercó a sus fronteras una parte sustantiva de la actividad económica que anteriormente se instalaba en la Ciudad de México.
En resumen, como una consecuencia del cambio en la política comercial, hemos visto la aparición de 'dos Méxicos': hacia el norte, uno vibrante; y, hacia el sur, un país que avanza a un ritmo considerablemente menor. Si bien las diferencias regionales son un fenómeno que tenemos muy presente, debemos reconocer que es un fenómeno relativamente reciente en términos históricos. Hasta hace dos décadas, el problema regional de México era la enorme brecha entre el DF y el resto del país. Los datos que presentó el INEGI la semana pasada confirman la transformación del patrón del desarrollo regional en México en las últimas décadas.
¿Qué hacer?
Esta es la gran pregunta. La respuesta tradicional es utilizar gasto social para mejorar las condiciones de vida en el sur del país pero llevamos años con esta fórmula y no hay mejoras sustantivas. Con base en el planteamiento aquí presentado, parecería más efectivo preguntarnos como acercamos estas regiones a otros mercados y como los insertamos a la dinámica comercial.
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