23 de septiembre de 2009

Reglas estables, gobiernos creibles

Aquí las notas de mi más reciente comentario de radio en IMER. Las opiniones son personales y los errores son atribuibles exclusivamente a mi persona. El comentario se transmitió ayer martes 22 de septiembre a las 7:45 AM



A principios del mes de septiembre, con motivo de la entrega del tercer informe de gobierno, el Ejecutivo Federal presentó una decena de propuestas que, en su opinión, son necesarias para sacar a nuestro país del pasmo, de la inmovilidad en la que parece haberse estancado desde hace varios años.

Una de estas propuestas tiene que ver con las reformas políticas que buscan construir “gobiernos que realmente resuelvan los problemas de la ciudadanía”.

Este tema lo retomó la semana pasada, el Secretario de Gobernación en su comparecencia en la Cámara de Diputados. Gomez Mont fue más concreto y convocó a la asamblea parlamentaria a discutir, por ejemplo, “una reforma política que haga más productiva la relación entre los poderes Ejecutivo y Legislativo” y puso sobre la mesa temas como los mecanismos de democracia directa –plebiscito y referéndum, la reelección consecutiva de legisladores y ayuntamientos, las competencias del legislativo en la composición de gobierno y el número de legisladores.

El llamado fue oportuno pero en eso quedó. Nadie presentó una iniciativa de ley y si no lo hacen pronto, entre los tiempos, la dinámica legislativa y la perspectiva electoral del 2012, dificilmente se aprobará algo significante.

La importancia de las reformas políticas se revela, se observa en su capacidad para mejorar las condiciones de vida de las personas. Y en esto, el tipo de reformas sugeridas no son fundamentales. No son lo más importante. Por ejemplo, no existe una relación entre el crecimiento económico y el uso de instrumentos de democracia directa o reelección consecutiva de legisladores o el número de diputados plurinominales.

Si las propuestas no son relevantes, entonces tenemos que preguntarnos qué factores políticos explican el crecimiento económico y el desarrollo de los mercados porque estos son los que más nos urgen.

La respuesta es sencilla: un gobierno que respete sus palabras y sus pronunciamientos y que, además de cumplir las leyes que ella misma aprobó, no cambié las reglas constantemente.

Es más fácil entender la implicación de este argumento si imaginamos lo que sucede cuando el gobierno modifica las reglas. Si las normas cambian frecuentemente, si nos ponemos en el lugar de un inversionista, alguien que quiere abrir un pequeño negocio, asumiremos que lo que dice el gobierno va a cambiar en poco tiempo y, por lo tanto, disminuirá el retorno esperado de la inversión y nuestro incentivo a invertir. Cuando los gobiernos cambian las reglas frecuentemente, los inversionistas buscan recuperar su inversión en el corto plazo y el país entra en una dinámica de ganancias cortoplacistas. Todo, influenciado por la conducta gubernamental.

Entonces la pregunta, ¿qué tiene que hacer el gobierno para contribuir a generar el crecimiento económico? La respuesta es sencilla y la experiencia internacional e histórica lo demuestra (ver por ejemplo el trabajo de Douglass C. North y Barry Weingast). Para que el crecimiento económico suceda es fundamental que los gobiernos establezcan un conjunto de derechos y reglas y hagan un compromiso creíble de que estos derechos y estas reglas serán respetados. La palabra importante, fundamental, es credibilidad.

Existen dos formas de generar credibilidad.

La primera es construyendo un patrón de conducta responsable, es decir generando precedentes de buen comportamiento. Con el tiempo los agentes económicos no necesitan más que la palabra de sus gobernantes porque hay confianza. Desafortunadamente, esta manera de generar credibilidad casi nunca se da.

La segunda manera es más común. El gobierno genera credibilidad estableciendo y respetando normas, ya sean a nivel constitucional o leyes secundarias, que no le permitan violar los las reglas del juego. Por lo regular, estas normas buscan limitar la acción gubernamental y, usando lenguaje figurado, atar las manos a los funcionarios públicos.

Esto es mas claro si usamos un ejemplo.

Me remito a la política comercial. Si revisamos la historia observaremos que en los sesenta, en los setenta y a principios de los ochenta, distintos gobiernos mexicanos les cambiaban a cada rato las reglas del juego a los importadores y exportadores. Un día decían que los aranceles y obstáculos disminuirían y semanas después éstos aumentaban. Se prometían incentivos fiscales y muchas veces estos no llegaban.

Cuando viene la crisis del 82, el gobierno pretendió que el sector externo impulsara el crecimiento y "sacara" adelante al país. Para ello, prometió de nueva cuenta eliminar aranceles y otra ronda de incentivos fiscales. El sector externo no se movió. ¿Por qué? Porque los agentes económicos ya sabían que el gobierno no cumpliría su palabra y cambiaría eventualmente las reglas del juego.

Para que el comercio internacional en México despegara fue necesario establecer una norma que asegurara que el gobierno no cambiaría las reglas. Esta norma fue la negociación para entrar al GATT y años después el Tratado de Libre Comercio.

La gran ventaja del TLC no fue, en mi opinión, reducir los aranceles y los obstáculos a la inversión extranjera. El mayor beneficio fue darle estabilidad a las reglas comerciales y atarles las manos a los funcionarios del gobierno en este rubro. Desde su aprobación, el gobierno ya no puede cambiar las reglas comerciales como antes porque entonces recibe una sanción por parte de sus socios comerciales. En consecuencia, las reglas son más estables y los agentes económicos en México tienen un mayor incentivo a invertir.

Esta es la lección: si el gobierno quiere contribuir a generar crecimiento económico, la clave es respetar las propias leyes que ella misma se ha impuesto. Esto es fundamental y desafortunadamente no veo que la clase política observe la importancia de respetar sus anteriores dichos y palabras.

El último botón de muestra es el paquete fiscal.

Hace dos años se aprobó una reforma fiscal que se dijo era integral y definitiva. Hoy vemos que no fue ni integral ni definitiva. El problema de fondo no es el 2 por ciento al IVA o al ISR, el problema de fondo es la credibilidad y el valor de la palabra empeñada anteriormente. Mientras no haya un mayor esfuerzo por respetar lo dicho anteriormente no habrá condiciones para invertir y nos mantendremos estancados en el mismo lugar.

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