23 de agosto de 2011

¿Una muerte anunciada?

Aquí las notas de mi comentario de radio en IMER en el programa que conduce Mario Campos. Las opiniones y errores son atribuibles exclusivamente a mi persona. El comentario se transmitió en vivo el martes 23 de agosto a las 7:40 AM.


A mediados de julio cerró la librería El Parnaso, un espacio emblemático en Coyoacán al sur de la Ciudad de México. Según las notas periodísticas, el propietario informó a través de una manta que El Parnaso cerraba por tres razones: uno, acoso de la Delegación; dos, aumento de la renta; y, tres, la crisis económica.

Ayer, el diario Reforma publicó en la sección cultural un reportaje titulado Frustra a libreros la Ley del Libro. La nota señala los motivos por los cuales la Ley de Fomento para la Lectura y el Libro, y en particular la figura del precio único que instrumenta la norma jurídica, simplemente no funciona.

Ambos hechos, el cierre de una librería independiente muy simbólica y la ley y su inaplicabilidad, están relacionados.

Cuando se discutía el proyecto de ley en el Poder Legislativo, no fueron pocos los que señalaron que los efectos indirectos del precio único en los libros y que promovía la ley serían el cierre de librerías independientes, la disminución del número de lectores y la concentración del mercado en pocas firmas. El tiempo parece haberles dado la razón.

La ley entró en vigor hace poco más de un año y permite a las editoriales y casas de distribución fijar el precio de un libro pero les obliga a que el precio sea el mismo en todo el país.

Cuando se establece un precio único para cualquier producto limitamos la competencia. En un sistema de libertad económica, los productores más competitivos pueden ofrecer precios más bajos o diversificar servicios y, así, atraer un mayor número de clientes. Los sistemas de precio único, en cambio, tienden a llevar el mercado al mínimo común denominador, esto es al nivel del productor, el distribuidor o detallista menos eficiente. La consecuencia es elevar el precio del producto y, el siguiente efecto, es disminuir la demanda del producto. En consecuencia, se leen menos libros.

También se dijo que cuando el gobierno obliga a que los libros se vendan al mismo precio en todas las librerías del país, sin importar los costos de distribución ni las condiciones de mercado, se eliminaría la flexibilidad. Se dijo también que el precio único ni abarataría los libros ni generaría una industria editorial más dinámica ni promovería el surgimiento de nuevas librerías. Por el contrario, los precios controlados encarecen los libros, reduce la competitividad de las editoriales e impide el surgimiento de nuevos puntos de venta.

En su momento, no solo se presentaron argumentos teóricos sobre el funcionamiento de los mercados. También se presentó evidencia empírica.

Por ejemplo, la Comisión Federal de Competencia publicó un estudio que señalaba, entre muchos otros datos, que en los países con libertad de precios, los libros son entre un 20 y un 30 por ciento más baratos que en los países que tienen precio único. Finlandia, un país comprometido con la educación y la lectura, dejó el precio único en 1971.

Desafortunadamente ni los argumentos ni la evidencia fueron suficientes para que los legisladores no intervinieran tan descaradamente en este mercado.

Si no hubiera existido la ley, si la aquella librería hubiera podido competir en suelo parejo contra las grandes, ¿permanecería abierta? La respuesta nunca la podremos saber.

Concluyo con esta reflexión.

Lo que cualquier industria o sector necesita para ser más productivo, ofrecer nuevos servicios y lograr mayores ventas, es que pueda desarrollarse en un ambiente de libertad y competencia. La industria del libro no es una excepción. Aunque los libros son bienes culturales, también funcionan bajo las mismas leyes del mercado.

Es una tentación de funcionarios públicos, tanto del ejecutivo, como del legislativo, jugar o intervenir con el sistema de precios y, en consecuencia, aprobar precios únicos o precios controlados. Esto es equivocado porque distorsiona los mercados y, peor aún, obstaculiza la competencia. El precio de bienes y servicios es uno de los elementos más importantes de un sistema económico funcional. No sorprende que de las economías más competitivas del planeta recurren poco a este tipo de instrumentos. En México, desafortunadamante, no. Nuestra economía sigue repleta de precios controlados por el Estado. Si les interesa este punto, ver el índice de libertad económica.

Que el cierre de una librería independiente y emblemática y con más de tres décadas de funcionamiento, nos recuerde que muchas veces las normas acordadas en el Poder Legislativo y que se originan en ideas y percepciones equivocadas de los señores legisladores, son uno de los principales obstáculos a la competitividad, el crecimiento y la generación de empleo. Este es un ejemplo.

Hasta aquí mi comentario.

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