En las últimas dos entradas presenté cuatro propuestas de política pública. Todas ellas relacionadas a un escenario imaginario en el que el gobierno mexicano debía reaccionar ante el brote de una epidemia.
Si te fijas, la elección entre los programas A y B es exactamente la misma que las opciones C y D. Esto no es difícil de observar cuando conoces ambos escenario y los tienes uno al lado del otro.
Ahora, en estudios experimentales, la elección que hacen las personas depende de la manera en que se describe el programa. La mayoría de las personas prefieren estar seguros de que van a salvar a 200 personas (Programa A) en lugar de arriesgar salvar a todos (Programa B). Pero si cambias el enfoque de la pregunta, las decisiones de las personas también. La mayoría de los encuestados aceptan una probabilidad de que dos terceras partes de las personas mueran (Programa D) en lugar de la certeza de que 400 personas si lo hagan (Programa C).
Este cambio de preferencias es claramente irracional porque nada, absolutamente nada, de los costos y beneficios de ambas opciones (A-B y C-D) ha cambiado, pero la elección de las personas si se modificó.
Este ejercicio lo hicieron, en su momento, Daniel Kahneman (sicólogo que ganó el Premio Nobel de Economía en 2002) y Amos Tversky.
Por último, el fin de semana intenté hacer el mismo experimento ante un auditorio de aproximadamente 50 personas (mismas que dividí de manera aleatoria en dos grupos). El resultado en mi grupo fue similar al que encontraron Kahneman y Tversky. Entre la opción A y B, 76% prefirió A (salvar a 200); entre la opción C y D, el 61% prefirió D.
Interesante.
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